Cuentos Z - Un simple plan (parte III - final)

Era el sonido indescriptible y agonizante de un zombie, mezcla de dolor y padecimiento. Ahora solo restaba saber donde se encontraba exactamente.
Al hacerse la luz, de la nada, apareció ante él un rostro putrefacto al cual le faltaba un ojo, y al parecer también sus labios. De su boca se erguían asquerosamente algunos dientes de un color verde-amarillento y su nariz parecía estar rota. El color de piel oscilaba entre el marrón y el amarillo, y emitía un sonido casi tan putrefacto y perturbador como el hedor que emanaba de todo su cuerpo.
Su primer reflejo fue empujarlo, pero solo con eso no bastó para alejarlo más que unos pocos centímetros. Una vez más su luz se diluyó. Casi de forma refleja e instintiva corrió pegado a la pared lo más alejado posible del muerto viviente, del cual pudo sentir el frío y áspero roce de sus dedos sobre su mejilla.
 Era tanta su velocidad que para cuando se dio cuenta, se había topado con las nuevas escaleras, y fue por ello que no tuvo otra opción más que caer de forma rápida y violenta por las mismas.

Entre la oscuridad, el mareo, el dolor de la caída, y el miedo, poco era lo que podía hacer, más que intentar ponerse de pie y reaccionar ante algún nuevo peligro que se pudiera suceder en la planta baja del hotel. Al menos aquí pudo divisar la puerta al final del hall, y como desde ella ingresaba un poco de luz natural tan necesaria para ese momento.
Empezó a avanzar como pudo, tambaleándose hacia los costados, intentando no perder el  frágil equilibrio que había conseguido. Para cuando llegó a la mitad del hall, la visibilidad ya era mayor. De cualquier manera y habiéndole sobrado tres cerillos, decidió encender uno nuevo.
Al hacerlo notó algo que lo paralizó. Al menos una docena de zombies habían alrededor de él. Caminantes que aun no se habían percatado de su presencia. De pronto y casi sin darse cuenta, uno lo atacó por atrás.
Forcejeó y logró desprenderse de ese, pero tenía a cinco más que venían de frente. Por supuesto, la luz artificial ya se había apagado. De cualquier manera tenía la puerta de entrada aun visible y sabía que de orientarse en esa dirección habría chance de escapar de allí con vida.
Corrió en dirección recta, mirando hacia sus costados de forma frenética y nerviosa. La sudoración caía por su frente y le hacía arder los ojos, disminuyendo su ya escaso alcance visual. A los pocos pasos chocó de lleno contra un nuevo zombie.
A diferencia del muerto viviente él logró incorporarse rápidamente y volvió a correr. Sintió como un par de manos estiradas intentaban retenerlo pero se deshizo de ella a fuerza de empujones y puñetazos sin dirección alguna.



Etapa 2
Atravesar la plaza


Al fin había logrado salir del hotel. De pronto la luz tan anhelada se había convertido ahora en un nuevo obstáculo. Pues el sol del mediodía de un verano de cielo despejado, le anuló la visión por completo. Se refregó los ojos con la palma de sus manos queriendo recuperar la necesaria vista lo antes posible. Pues sabía muy bien que adentro del hotel un grupo de zombies iba por él, y que a plena luz del día los que deambulaban por la calle harían lo mismo.
En ese instante recordó que en su mochila había unos lentes de sol e inmediatamente se los colocó. Hizo un paneo rápido de la situación y pudo ver que la fase dos del plan se había complicado. Al menos a simple vista se podían contar casi cincuenta zombies por las calles, muchos más de lo que había calculado desde el 203. De pronto, todos ellos estaban interesados en su presencia y hacia él se dirigían. Pero el plan seguía siendo el mismo, atravesar la plaza en busca de la bicicleta.
La velocidad (pensaba para si), es una de las ventajas que tenemos sobre ellos. Más al llegar al centro de la plaza, una vez más se dio cuenta de lo pésimo que es contando cosas. Lejos de ser diecinueve, parecía haber más de cien zombies que venían de diferentes direcciones y que lo estaban cercando en el centro de la plaza.
Como salidos de la nada, de pronto los cien pasaron a ser casi quinientos, y de ahí en más era muy difícil contar si el número ascendía a mil, o incluso si lograba pasar esa cifra.
Su reacción fue quizás no la más inteligente de todas.

Viéndose rodeado vio a sus espaldas un monumento al héroe del pueblo. Un simple busto que estaba como a tres o cuatro metros del suelo. Pensó en escalarlo y le pareció la única salida posible. Al hacerlo, su suerte ya estaba echada. Pronto la horda de zombies lo había rodeado alrededor del monumento, con sus brazos extendidos hacia él queriendo un poco de su carne. Para donde mirara había zombies y no tenía forma de bajar de allí sin ser devorado.
Trepado y agarrado con uñas y dientes al rostro de bronce y cobre de vaya a saber quien, temblaba de miedo, mientras sus pantalones ahora manchados con excremento y orín le indicaban que todo estaba perdido. Un simple plan se había complejizado más de lo pronosticado, y las consecuencias de no preveer ese tipo de cosas pueden ser letales.
Gritó tan fuerte como sus pulmones se lo permitieron, ahogado en un llanto mezcla de bronca, impotencia y miedo.
 Debajo de él, cientos de manos abiertas esperaban su caída.

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